Cada adviento, que no es una mera preparación a la Navidad, sino el despertar de nuestra ilusión. Los padres se ilusionan con la sonrisa y alegría de sus hijos. Los niños con los juguetes y caricias de sus padres. El trabajador-trabajadora por un mejor salario, por mejorar sus casas, la educación de sus hijos. Mucho más grande es la ilusión de un enfermo, de un médico de luchar por la vida, por tener calidad de vida.
En tiempos de crisis social, económica, energéticas, de hipocresía y canibalismo político Ecuador pierde las ilusiones. Sin embargo, nos acercamos a votar ilusionados porque haya un cambio, y viene más pobreza, más migración, más violencia social, pésima educación, más atropellos a la constitución y leyes. No existe en nuestro país un Estado de derecho. Las mismas componendas y negocios de votos en la legislatura. ¿Qué ilusiones podemos fomentar los cristianos y los ciudadanos que amamos este país y decidimos quedarnos para sacarlo adelante?
Para los hombres y mujeres de fe nuestra ilusión representa la Esperanza que nos trae la Resurrección de Jesús: la muerte, el fracaso no es la última palabra sobre la vida y la historia. El reconstruirnos como nueva creación desde el polvo de nuestra finitud nos levanta la ilusión que Dios no abandonó a su hijo y nosotros podemos luchar con fe, con amor y no con odio, y esperamos días mejores. La ternura de este tiempo interrumpe todo llanto, toda soledad, todo aislamiento que el misterio de navidad nos lo recuerda: “La paja está fría/ la cuna está dura/ La Virgen María/ llora con TERNURA”. La dura realidad se transforma y la fe lo promueve, eso es adviento.
Nuestras ilusiones no nos hacen ilusos. Cuando rezamos el Padre Nuestro, todos queremos EL VENGA A NOSOTROS TU REINO. ¿Cuándo será ese día? ¿cuándo acabará tanto mal, desgracia o mediocridad? El Literato francés, Albert Camus decía: “desde hace veinte siglos no ha disminuido en el mundo la suma total del mal y ninguna parusía ni divina ni revolucionaria se ha cumplido”. Nuestra esperanza no es un optimismo histórico, sino una esperanza crucificada desde sus orígenes, asumimos nuestra finitud como expresión de nuestra fragilidad, vulnerabilidad y falibilidad, somos falibles (podemos fallar), pero anhelamos la plenitud al final de los tiempos. Nuestra fecundidad histórica posee el tiempo y el estilo del fermento. “El plazo de la eficacia no existe en la aventura de la gratuidad” (Juan Luis Segundo).
La esperanza cristiana nos permite tener ilusiones en alcanzar “una nueva y arrasadora utopía de la vida, que ofrezca una segunda oportunidad para las estirpes condenadas a cien años de soledad (García Márquez). Y entendemos por utopía, no rendirse a las cosas tal como son, sino luchar por las cosas tal como deberían ser” (Claudio Magris). La utopía da sentido a la vida porque exige, contra toda verosimilitud que la vida tenga sentido. Utopía y desencanto se corresponde recíprocamente. La esperanza nos permite pensar con sobriedad el sentido de la historia humana y afrontar el compromiso con la promesa del Reino con un cierto pesimismo cariñoso, fruto no de creer que el mundo tiene arreglo, sino que tiene sentido de luchar para que lo tenga (J.I González Faus sj).
El mensaje cristiano de la esperanza hace que los cristianos tengamos que oponernos no solo a los escépticos y despreocupados, sino también a los trágicamente resignados que se preocupan mucho, pero que no hacen nada, y miran el combate histórico como una empresa desesperada. Nuestra esperanza no es una bebida isotónica, que la fe nos suministra como reconstituyente de nuestras debilidades. Nuestra esperanza es el condimento que hay que ir preparando, desde ya, la mesa de los manjares suculentos y vinos generosos del festín del Reino de Dios (Javier Vitoria, en quien nos hemos inspirado).
Esta tarea habrá de acompañarse de buenas dosis de audacia que resiste el desaliento, a base de imaginación y aguante, que permite afrontar las condiciones adversas, sin claudicar la esperanza. Y necesitará el concurso de la oración cristiana, que es la matriz de la esperanza.
La revolución industrial nos trajo el mito del progreso, en donde la ciencia y la técnica nos hacen decir: “seamos realista pidamos lo imposible”. Hoy después de la segunda guerra mundial, la tercera guerra a pedacitos como dice Papa Francisco, la crisis ecológica y los desastres naturales gritamos con dolor: lo que hay es insostenible. En este contexto la esperanza cristiana debe dar razón de lo que espera (1P 3:15). Porque espero la resurrección de los muertos y la vida de un mundo futuro, me opongo a los poderes de la muerte y de la destrucción y amar tanto esta vida que trate de liberarla de la opresión, alienación. Porque amo la vida me comprometo por la justicia y la libertad. Pues lo verdaderamente importante y decisivo en nuestras luchas no es el éxito ni el fracaso en favor de la justicia o el amor, sino la esperanza como convicción no de que las cosas saldrán bien, sino la certidumbre de que algo tiene sentido, sin importar su resultado final (Václac Hevel).
Nuestro dinamismo humano nos invita a seguir caminando, no perder el horizonte de la luz que no tiene fin. El primer texto del domingo de adviento nos dice san Lucas, que la clave para vivir esperando al Señor y celebrando que ya vino es gozar su misteriosa compañía en nuestro oscuro presente que no se cansa de gritar “LEVÁNTATE, ALZA LA CABEZA, SE ACERCA NUESTRA LIBERACIÓN” (Lc 13:25ss).
POR:
P. Fabricio Alaña E, SJ
PARA PENSAR:
¿TENER ILUSIÓN Y HACERSE ILUSIONES ES LO MISMO?
No. La ilusión nos invita a buscar la verdad. El hacernos ilusiones el engaño.
¿CUÁNDO SE TIENE ILUSIÓN?
Cuando se tiene esperanza.
¿QUÉ MISMO ES LA ESPERANZA DEL ADVIENTO Y NAVIDAD?
Hacer que la vida tenga sentido para caminar a la plenitud.
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