Estamos en tiempo de pascua. Para los fieles de la Iglesia Católica es tiempo de gozo, de consuelo, de alegría y de esperanza. La Muerte y el Mal, la sinrazón de la maldad humana y la vulnerabilidad de nuestro cuerpo llevada a su máxima expresión: la cruz, no tiene la última palabra. Hay otro modo de vivir.
Lo que la Cruz nos dice es seriedad y respeto por la vida y asumirla en el todo de su complejidad: alegría y tristeza, dolor y consuelo, limitaciones y aperturas, vulnerabilidad y accesibilidad. Así de grandes y pequeños somos los humanos. Capaces de volar como capaces de arrastrarnos. El peso de la cruz es expresión de la carga de la vida, de la dureza de lo real, pero también de un amor real y eficaz que solo asumiendo lo que somos nos libera y salva. El silencio es la mejor manera de adorar al Dios crucificado.
Paradójico, un Dios que se puede crucificar. ¿Dónde está su poder? En el amor simbolizado en el corazón traspasado, y es el amor lo que nos salva y nos dice que la vida vale la pena y que la Resurrección es aprender a superar los límites desde la fe, ver el otro lado de lo real desde el ideal que nos presentó Jesús de Nazaret:
la vida vale la pena cuando se la juega por algo, ‘‘si el grano de trigo no muere, no produce fruto’’ (Jn12).
Cuando nos encontramos en plena flor de la vida, sea la edad de un adolescente colegial, la de un joven profesional, la de un adulto en plena etapa de mayor productividad, sus bellezas físicas o espirituales, sus talentos múltiples, sus energías se enfrentan cuando menos lo piensan con el dolor, la enfermedad sea la de pequeños límites o la de grandes desgastes y terribles transformaciones como el cáncer en sus múltiples formas. Todo se viene abajo, el sinsentido surge y la resurrección y su esperanza no sirve, no se encuentra sentido, no me sirve el más allá, solo el más acá, no el después sino el ahora
¿qué hago con todos mis proyectos, sueños y deseos? ¿mis hijos?
Es en este sentido que la fe no es fácil predicarla ni compartirla. Surgen toda clase de actitudes y desánimos, más si le pasa esto a gente joven, buena e inteligente. El ejemplo de Jesús de Nazaret está allí para seguirlo no meramente contemplarlo. La indignación es el primer paso, y tengo todo el derecho de explotar, expresar mi sentir
¿por qué a mí?
¿por qué ahora?
Pero, luego la reflexión y búsqueda de la sabiduría es el segundo paso
¿Qué hacer?
Cuál será mi actitud para enfrentar el mal, la enfermedad y el dolor, En donde la fe y el abandono en la vida y sus ‘‘múltiples posibilidades’’ opacan todas las esperanzas.
El que sufre genera vida alrededor, unión, solidaridad, esperanza, algunos lo llamamos Dios Misterioso, me dará la pauta para cargar con el mal, luchar hasta lo último y no dejarme sucumbir por las reinas de las tentaciones, el morir desconfiado, el no percibir que la confianza es el motor del trabajo que mueve al mundo, al profesional o al padre y madre a trabajar y buscar lo mejor para los suyos como al que ha dado sea poco o mucho, lo suyo y ahora no ve sus frutos, no sabe qué será.
Confiar y abandonarme al misterio del amor que no falla, fue lo que nos enseñó Jesús y es lo que debemos hacer quienes nos decimos educadores, pastores, compañeros y amigos de personas que sufren y que se han encontrado con la terrible noticia que nos impacta: me llegó la enfermedad, pero no me paraliza ni destruye mi fe, esperanza y amor. La vida se manifestará de otra manera. Y la mejor manera que se manifiesta es cuando siento allí el amor de mis seres queridos,
“Da más fuerza saberse amado que saberse fuerte. La certeza del amor, cuando existe, nos hace invulnerables” (Goethe).
Por
Fabro, SJ
PARA PENSAR
¿QUÉ HACER CUANDO NOS ENCONTRAMOS CON LA ENFERMEDAD?
Indignarme, reflexionar y confiar para enfrentarla.
¿LA FE APORTA ALGO A LA LUCHA CONTRA LA ENFERMEDAD?
Mucho, si vemos más allá de la Cruz si seguimos el ejemplo de Cristo Jesús.
¿QUÉ ES LO QUE MÁS ME AYUDARÁ?
Hacer memoria o sentir la fuerza del amor.