Muchas cosas se dicen de los adolescentes. Los que juzgan lo hacen desde su perspectiva, pensando que sus criterios son los únicos válidos, añorando un pasado que piensan que fue mejor, temiendo un futuro que no pueden controlar. Los jóvenes que están en el presente y en plena efervescencia de la vida no son fáciles de controlar y mucho menos de predecir. Se parecen al Joven Jesús, obediente a sus padres, y de repente se les desapareció por un ideal mayor, hablar de las cosas de Dios, desarrollar una sabiduría de la vida que supera toda ley, y ama una libertad, que encuentra su fundamento en el proyecto de Dios Padre, el Reino y su justicia.
Así son nuestros jóvenes, como el joven Jesús, impredecibles, no se dejan domesticar y saben responder a grandes exigencias, retos y desafíos, donde el sentido de la justicia no se aprende en las aulas sino pisando el barro, yendo a convivir donde la gente sufre, llora, pero ríe y espera. Sabe de dolores como de esperanzas.
Esperanza es lo que se vivió en tres fines de semana entre julio y agosto cuando estudiantes de tercero de bachillerato del Colegio Javier de la ciudad de Guayaquil de los padres jesuitas decidieron comunicar lo que significa formarse. Pues se estudia no solo para ser competentes en campos académicos sino para ser comprometidos en la compasión al estilo de Jesús, que el sufrimiento de la gente no los puede dejar en paz, que la justicia solo se construye cuando se compromete y se reflexiona por una causa más grande, cómo aliviar el sufrimiento. Y saben “que no basta rezar, que hace falta muchas cosas para construir la paz”. Entre eso que falta, es la consciencia que nuestros hermanos de Manabí, como los de Esmeraldas, tienen la misma dignidad y los mismos derechos que ellos, vivir la alegría, sentir el cariño y cuidar este suelo que nos vio nacer y nos cobija, para eso se estudia, para transformar realidades doloras en momentos de gozo y esperanza.
¿Qué hicieron estos chicos en esas tres tandas en la Comunidad de Cañitas, Parroquia de Charopoto Manabí? Primero dejar los miedos y las comodidades de su ciudad y familias. Fueron a convivir a un sitio que no habían conocido nunca, incluso que ni siquiera habían oído. Segundo pusieron su creatividad al servicio de los demás, practicaron el cómo ayudar, tomando conciencia en que el hecho pasa no solo en el dar el dinero para construir la casa de madera, sino que es necesario involucrarse. Ellos decidieron colaborar con su entusiasmo, aprendizaje para esto, su mano de obra, alguno con ventas de pulguero, colectas en el colegio, entre otras actividades. Y así se fueron a la Comunidad de Cañitas en tres tandas.
La primera tanda dio el ejemplo, fueron pocos, pues los miedos y las comodidades paralizan, hacen perezosa a la gente. Había fiestas. Los primeros 4 valientes y 4 acompañantes del Colegio dijeron no importa vamos. Y dieron el ejemplo. Las siguientes tandas fueron un éxito, sobre todo la última que fueron más de 25 chicos con padres de familia. Cansados y quemados del sol, en la eucaristía con la comunidad agradecieron la oportunidad de compartir la esperanza como proyecto de felicidad y solidaridad.
No estamos solos en este mundo, los pobres y los que sufren son nuestros hermanos, algo tenemos que hacer. Y una casa más que cuatro paredes es un proyecto de amor, de futuro, donde se cuajará la familia que sostiene a una sociedad y país. Eso es lo que nos enseñaron estos chicos en la Comunidad de Cañitas, Charapotó.
Con estas actividades el colegio Javier como colegio jesuita, como el Cristo Rey y otros tienen claro que se educa para transformar la realidad, comenzando por las personas, haciéndolas partícipes de la consciencia de hermanos en una casa común, la tierra, compartiendo lo que se tiene y siente por ser responsables en la misión del proyecto de Dios, el Reino y su justicia. No dimos limosna, no regalamos casas, tratamos de hacer justicia al que sufre, aún hay gente viviendo en carpas.
Sensibilizamos nuestros corazones. El confort mata, el compromiso da vida.
Con esto el Colegio Javier desde el terremoto del 16ª ha entregado pocas casitas, 47 casas de madera de Hogar de Cristo a un valor de cerca de 3000 dólares con armadores, transportes, comida, etc, con mucho amor, como mensaje de una educación consciente que no se queda en las aulas sino que busca cuidar la vida, transformar la sociedad, desarrollar el talento de sus chicos, sobre todo su humanidad.
Gracias chicos por el coraje y cariño que pusieron, pero sobre todo por mostrarnos que en el presente es donde se juega la calidad humana que liderará el futuro de nuestro país. Hombres y Mujeres como ustedes son testigos de la esperanza y la solidaridad.
Reflexionemos:
¿Es la juventud conformista?
No, si nos sensibilizamos y buscamos un mundo mejor
¿Cómo formar para la justicia?
Con una educación consciente de los derechos de todos y de la dignidad de hermanos.
¿Qué hacer para mostrar nuestra formación?
Abrir el corazón al que sufre.
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