La vida es bella es el título de la famosa película de Roberto Benigni de 1997. Lo dice recreando la segunda guerra mundial; allí trata de educar a su hijo en la esperanza y en la aventura de la vida, por ello sortea todas las dificultades de los campos de concentración en donde lo que se manifiesta es cualquier cosa menos la belleza de la vida. Pero, Roberto, la encuentra. Para muchos creyentes la vida es un mar de lágrimas o un valle de sufrimiento en espera de otro mundo donde haya paz y gozo.
La vida es un desafío que enfrentar y una aventura que desarrollar. Lo importante es la actitud con la que se vive. La única vida que podemos conocer bien los mortales es la de aquí y de ahora. Esta manera de enfrentar la vida es la que nos ha enseñado a muchos compañeros, amigos, familiares un hombre como Pedro Barriga Baquero, sacerdote jesuita que supo combinar el rigor y la seriedad de la doctrina con la ternura y la pasión por la vida. Esta pasión se la vio más en sus últimos años, cuando con 93 años de edad hacía lo mismo que hace un gerente de 40 años.
Pedro Barriga ante todo fue un creyente, sus convicciones estaban arraigadas en su cultura, valorar lo suyo, construir un país donde Dios pueda primar siempre y cuando los creyentes, los cristianos aprendan a conocerlo, amarlo y seguirlo. Un hombre que con su edad leía libros de historia, teología actualizada, novelas, espiritualidad, revistas; sus teorías las tenía claras pero no se cerraba, se podía conversar, entablar un diálogo donde las diferencias se podían expresar y no perder la paz y el gozo de tener la oportunidad de amigos, compañeros.
Los últimos ocho años de su vida, convivimos con el P. Pedro en una comunidad donde había varios hermanos de varias generaciones y, sin embargo, no se produjo un choque generacional sino un puente; podíamos dialogar, discrepar, disentir. Eso es grande, eso es buena noticia. Un hombre formado previo al Vaticano II, en una teología clásica, de una postura conservadora podía sentarse con quienes pensaban y tenían actitudes diferentes y no perder la paz ni la alegría. Nos unía la misma preocupación por la cual nos hicimos sacerdotes: “Ayudar a la gente”, en especial a la juventud, en donde había y hay que contagiar los sueños, las esperanzas, las actitudes de Jesús, modelo de humanidad, paradigma absoluto del ser para los demás, del camino hacia Dios.
Un hombre así demuestra la flexibilidad necesaria para adaptarse a los tiempos, a las personas, saber acompañarlas, escucharlas. Esa flexibilidad lo hizo vivir una vida larga y bien vivida. Por eso, pudo acompañar matrimonios, grupos bíblicos y sobre todo, buscadores de Dios y en ese sentido, su principal obra fue la casa de Retiro del Colegio Javier, que sirve como centro de espiritualidad para muchos grupos de la ciudad y la región. Así como el duro trabajo que le tocó hacer por los años ochenta, de consolidar la CONFEDEC, (Confederación de Establecimientos Católicos del Ecuador), así animó y acompañó a directivos, educadores católicos no simplemente por la defensa de un gremio, sino por los intereses de un pueblo a luchar por su libertad a elegir la mejor educación para sus hijos, como un derecho para todos. Siendo su principal labor no la construcción de la sede central ni de la casa de formación para maestros sino la de ayudar a las escuelas más pobres creando el proyecto de escuelas fiscomisionales aprobadas por el Congreso de la República de aquel entonces y así se beneficiaron cientos de escuelas, miles de jóvenes.
La flexibilidad hace, crece, estira los años, abre horizontes. Ojalá aprendamos la actitud.
Por:
Fabro, S.J.
REFLEXIONEMOS
¿POR QUÉ NO DISFRUTAMOS DE LA VIDA?
Por Falta de Flexibilidad.
¿QUÉ ES LA FLEXIBILIDAD?
Es capacidad de adaptarse, de dialogar con diferentes, de abrir horizontes.
¿CONOCES A ALGUIEN EXITOSO CON MUCHOS AÑOS CON ESTA CARACTERÍSTICA?
Sí, a un Padre, que se llamó Pedro Barriga.