Jorge es un chico empeñoso, buen deportista y muy solidario, no va mucho a misa, pero suele rezarle a la madre Dolorosa por la niñez y la juventud, es respetuoso de las mujeres las trata con cariño y sabe darles el lugar que se merecen. Por lo tanto, es un chico bien formado en valores y actitudes para la vida.
Pero, en las asignaturas académicas que son más de diez en su colegio hace que tenga un montón de información que guardar, el método sigue siendo pasar de la teoría a la práctica, comprender conceptos, memorizar y aplicar el conocimiento. Su memoria no es muy buena y más si no se conecta con cosas reales que lo interpelen y le ayuden a superar desafíos y conseguir un aprendizaje significativo. Esta manera de enseñar ha hecho de Jorge, un chico de bajo de rendimiento, que pasa raspando, gracias a su carisma conquista la benevolencia de sus docentes que tienen que poner notas.
José le pregunta a Jorge: entonces, ¿En tu colegio te evalúan con notas? – Correcto, responde - Y para qué sirvieron tantos cursos de Innovación pedagógica, técnicas de aprendizaje interactivas, gamificación, ABP, manejos de tics, entre otros. Eso debió cambiar la educación en tu colegio de manera sistémica y disruptiva Jorge… ¡Ay Juan! vos con esas palabras raras que las sacaste de las últimas lecturas… Bueno, pero contesta…
No juzgo ni a mi colegio ni a los docentes, más en esta ERE (Educación Remota Emergente) que han enfrentado con vocación y voluntad. Pero el problema en nuestro país, es el sistema de educación, se admiten innovaciones pero se califica para promover el año y garantizar contenidos aprendidos con notas. No hay una reflexión seria sobre cómo evaluar en procesos de innovación. Se fomentan contenidos curriculares esenciales o reducidos, se educa por competencias pero no se las sabe evaluar. Y lo que es peor, muchos no se ponen de acuerdo en qué es una competencia.
Lo cierto dice Juan es que estamos en una gran encrucijada. Si alguna certeza nos trajo la pandemia y el cambio de siglo es que todo cambia. Por lo tanto, ya no se debe educar para la vida como si fuera un después, sino desde la vida. Integrar la vida, su conflictividad, su cotidianidad como un laboratorio para construir conocimiento que sirva de desarrollo humano, integral y sustentable. Detente, detente Juan, porfa, replica Jorge, ahora sí usaste palabras enredadas.
En otras palabras Jorge, si no ponemos a la persona en el centro de la propuesta educativa y no cambiamos la mirada para focalizarnos en lo que hace felices a las personas, en lo que les desarrolla su entusiasmo para aprender, en lo que los hacen capaces de enfrentar retos y desafíos, saben resolver problemas o encararlos, trabajar en equipo, no habrá educación significativa y por eso debe cambiar la manera cómo se promueve un año lectivo, que son los indicadores de logro para el aprendizaje y no del aprendizaje. Evaluar entonces es valorar el esfuerzo, señalar el camino a superar, reflejar actitudes positivas. Va por ahí amigo. Ahora entiendo.
Entonces, Juan, no se trata de cantidad de materias para saber aprender, sino la forma en que se trabaja y apela a la interdisciplinaridad como solución. El conocimiento dividido por asignaturas es una lógica del siglo XIX cuando se institucionalizó la educación y se fragmentó el conocimiento. Los profesores tienen un rol clave en esta tarea, ya que antes de enseñar o evaluar competencias deben aprenderlas. Un alumno bien educado será entonces aquel que salga de un centro educativo como una persona que tiene un proyecto de vida, que sabe convivir y que sabe producir, realizar emprendimientos creativos, que es constructivo. O como dicen los jesuitas, que es consciente, competente, compasivo y comprometido.
Por
Fabricio Alaña
PARA PENSAR
¿POR QUÉ SEGUIMOS EVALUANDO POR NOTAS?
Por el miedo al cambio, a lo mejor. Por comodidad, quién sabe.
¿QUÉ DIFICULTA EVALUAR HOY?
Tener claro qué es educar en competencias y cuáles son las esenciales para la vida.
¿QUIÉN ES UN ALUMNO BIEN FORMADO?
EL QUE SABE no solo comprender, sino aprender y emprender.
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