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Un modelo de contagiar la fe: P. Julio Pierregrosse, S.J


A los cien años de caminar de La Iglesia de la Merced de Manta, junto al pueblo Santo de Dios.


La Merced es una parroquia confiada a la Compañía de Jesús en el Ecuador que ha recorrido el camino que Dios y su pueblo le han permitido. A lo largo de estos años los jesuitas hemos aprendido, junto a ustedes, a descubrir las bondades de la buena noticia del Señor Jesús y así ponerlas en práctica en nuestro quehacer.


Como preparación a nuestro centenario en enero del 2023, realizaremos una serie de artículos mensuales de algunos jesuitas que hicieron de su vida y del desarrollo de Manta un tejido de esperanza. En este mes conoceremos la vida del padre Julio Pierregrosse, S.J.


Nació el 30 de abril de 1867, en Chambery, Saboya, Francia. Ingresó a la Compañía de Jesús en Loyola. Desde muy temprano despertó su espíritu misionero, llegó a Ecuador el 20 de septiembre de 1890; realizó los estudios propios de la formación como jesuita y se ordenó en Quito el 25 de Julio de 1901. Su espíritu misionero se desarrolló como un educador, fue destinado a colaborar en el sector educativo a lo largo del continente, fue rector del Colegio de la Inmaculada en Perú y más adelante del Colegio San Felipe Neri en Riobamba. En 1921 llegan a Manabí los padres jesuitas y toman la misión de Esmeraldas y Manabí. Antes de llegar a Manta, acompañó la comunidad de Esmeraldas por dos años.


Desde su llegada a Manabí comprendió que su misión era presentar con su vida el servicio a los demás con caridad fraterna y cuidado. No por imposición, sino por conquistar a las personas. Los primeros años del P. Julio no fueron del todo buenos porque se habían generado rumores alimentados por la ausencia de un acompañamiento pastoral durante varios años y por las luchas liberales anticlericales contra conservadores. Lamentablemente a los católicos se los identificaban con estos últimos. Sin duda, este tipo de prejuicios le fueron indiferentes, porque supo ganarse el corazón de los pobladores en Manta. Sin embargo, su testimonio logra cambiar la percepción de los ciudadanos. Hombre austero y sencillo, su preocupación siempre fueron los más necesitados, un sacerdote humilde, amable y piadoso. De las limosnas procuraba siempre atender diligentemente a hombres y mujeres que buscaban en la parroquia un espacio seguro para descansar y algo de silencio para encontrarse con Dios. Su servicio y disponibilidad era auténtica y se manifestaba en los detalles más sencillos como el cuidado de la puerta, barrer el graderío o atender a quienes se apostaban en la entrada. Parte del día se dedicaba a caminar la ciudad en donde ponía especial atención a los niños que encontraba, estos cuando pasaban por frente a la torre de la Iglesia gritaban para saludarlo: ¡Padre Julio, a qué hora nos habla de Dios! Esta es la mejor manera de contagiar la fe, cuando te piden con ganas. Lo que revela que sus métodos de enseñanzas eran atractivos y en contacto con la necesidad de los chicos y sus emociones.


El padre Julio buscó siempre moverse hacia el corazón de Jesús, su modo de entender al pueblo de Dios fue desde el camino de la escucha. Su testimonio y visión ayudó a modelar el desarrollo de la joven ciudad, pero, sobre todo, permitió que Manta se sienta acompañada en sus alegrías y esperanzas, así como en sus tristezas y angustias.

El Padre Luis Hermida, SJ relata el bello testimonio de una religiosa al respecto de un hombre cuya principal característica fue su capacidad de soñar y contribuir a la sociedad: “el padre Julio vivía sobre la torre de la iglesia, de modo que sus ventanas, de un lado se abren a la inmensidad del mar, y el otro lado, se abren sobre la inmensidad del horizonte infinito del santísimo Sacramento, y entre estas dos inmensidades su corazón”.


La vida del padre Pierregrosse nos invita a despertar en nuestro corazón y conciencia el compromiso que tenemos para seguir construyendo una ciudad de hombres y mujeres de buen corazón, que sean capaces de escuchar con empatía y generosidad a aquellos que caminan a lo largo de la ciudad y necesitan de una palmada amiga, o una palabra oportuna. Este es un modelo a revisar cunado hoy el Papa Francisco nos pide como Iglesia ser una Iglesia sinodal, que camina junto al pueblo, que escucha más.



Freddy Medrano, SJ



Reflexionemos:


¿Somos capaces de continuar con el sueño de una ciudad inclusiva que contribuye al bien mayor o únicamente nos enfocamos en nuestro mezquino interés?

Si queremos un mejor futuro, claro que sí.


¿Somos capaces de escuchar con atención las necesidades que se dan en nuestro alrededor?

Si somos educadores, sean padres de familia, catequistas o sacerdotes. Es lo mejor.


¿Somos capaces de transformar nuestro egoísmo en amabilidad, servicio, buenos modales y sonrisas?

Si tenemos espiritualidad eso es lo visible y necesario.


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