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¿UN SELFIE O UNA PANORÁMICA? ¿UN MIRARSE O UN MIRAR MÁS ALLÁ? Al cierre del año Ignaciano.


El Año Ignaciano, inició el 20 de mayo del 2021, teniendo una duración de 14 meses. Su fecha de inicio no fue arbitraria, pues el 20 de mayo de 1521 Ignacio de Loyola era herido en Pamplona por una bala de cañón, lo que marcó su vida y motivó su conversión y, posteriormente, la fundación de la Compañía de Jesús. De aquí que se conmemoraran 500 años de este suceso.


¿Qué aprendizaje nos deja? Respondo de manera personal. Lo que soy se lo debo a mi Madre la Compañía de Jesús, por más que yo pueda considerarme un “hijo pródigo”. Mi madre me nutrió, me nutre y me consuela siempre. Desde nuestra realidad humana nuestro reto es vivir fundamentados en uno mismo o en el Otro.


En palabras de Freud, desarrollar el “eros o el thanathos”, el amor del compañero o compañera o el amor a mí mismo. Desarrollar el yo o descubrir al otro. Ignacio de Loyola me ayuda a descubrir al otro y al gran Otro, que luego él lo llamó su “Señor y Padre”, su “Creador y Señor”, “Sumo Capitán”, “Su todo”. Lo que me dice, que lo que más cuesta a un buscador no es el esfuerzo de la búsqueda, sino categorizar, darle nombre a esa experiencia, que tiene el peligro de cosificarla. Y si algo enseña Ignacio es su capacidad de búsqueda constante para responder a tanto amor recibido.


¿Cómo Ignacio llegó a desarrollar su experiencia de Dios? Cuando tropezó con una bala de cañón, sus heridas trastornaron su ego. Su deseo de nobleza, grandeza y grandes conquistas, sean de princesas o castillos comenzaron a esfumarse. Herido, no podía moverse, le tocó leer. Tenía dos opciones en su casa: Libros de caballería o vida de santos. Una mujer inteligente, su cuñada, Magdalena, quería recuperar ese ánimo decaído por la herida, lo engañó, y le dijo que solo había libros de santos. No le que quedó más que leer vidas ejemplares.


La lectura lo llevó a mirar: mirarse así mismo, sus heridas, sus deseos frustrados, sus ideales fracasados y querer recuperarlos o mirar más allá: ¿podrá hacer cosas verdaderamente innovadoras, podrá hacer cosas nuevas, podrá inventar algo que no se haya hecho? En ese diálogo interno y analizando su contexto e historia llegó a la conclusión que sí. Hoy un joven, tendría dos alternativas en el uso de las tecnologías relacionadas con su ser y saber encontrar el sentido de la tecnología: ¿O tomarse selfies o tomarse una panorámica? ¿La tecnología lo puede llevar al narcicismo o admirar la belleza del mundo y de la combinación maravillosa de un todo entre paisajes y personas?


Ignacio se conectó con lo más profundo de sus emociones, las hizo pensamiento y luego desarrolló su deseo de ser, de ser más para servir mejor. Y decidió ser otro e iniciar el largo camino de ser auténtico y no superficial, de buscar a otros y formar la comunidad de amigos en el Señor con el grupo de compañeros que llegó a formar en torno a los ejercicios y conversaciones espirituales que hacía como apostolado. Decidió tomarse los estudios en serio como mejor manera de servir a su Dios, la Iglesia y las personas y así cambiar el mundo, queriendo cambiar el mundo de verdad y no a medias, alejó la mediocridad y buscó las mejores universidades del mundo de aquella época, la de París.

En París lo que mejor hizo fue adquirir un método para profundizar en las ciencias. Las ciencias, que más le urgían aprender eran “las artes”. Las “artes” en aquella época era el desafío que para cambiar el mundo se requiere primero conocerlo, a través de la filosofía, la gramática, la retórica, la literatura, la historia, la cultura, etc. Luego querer hacerlo de verdad buscando las estrategias más adecuadas. Innovando el Humanismo.


¿Ignacio quería cambiar la Iglesia? No lo sé, a pesar de leer sigo sin comprender ¿Quería reformar la Iglesia como Lutero, Erasmo y otros reformadores? Ciertamente no, jamás se consideró un líder reformador. ¿Qué mismo quería? Comparando y contrastando su mundo, tiempo y usando categorías de hoy, para mí, quería INNOVAR, REINVENTAR-SE.


¿Fue Ignacio Innovador? ¿Creó algo nuevo? La Compañía de Jesús es un ejemplo de ello: no usar hábitos, no regir parroquias y en pocos años ver en la creación de colegios, en la educación de la juventud lo mejor para crear una nueva Iglesia y sociedad hizo de este grupo de hombres en torno a Ignacio, graduados todos en la Universidad de París, Maestros en Artes liberales, la orden religiosa innovadora por excelencia. Cualquier transformación se hace desde dentro de la Iglesia y comprometiéndose con la sociedad, con el dolor del ser humano y despertando esperanzas a través del contacto personal, la creatividad y el coraje para llamar a las cosas por su nombre discerniendo lo que se debe evitar y proponiendo lo que se debe hacer, a pesar de los conflictos, martirios y hasta la misma suspensión de la orden, por parte de la “madre Iglesia” a quien servía con amor, consiguió.


Ignacio señalaba un horizonte: “La Mayor Gloria de Dios”, percibía los límites: “somos la mínima Compañía” pero desafiaba mentes y corazones: “No amilanarse ante lo grande, ni quedarse en lo pequeño, es divino”. El jesuita no se cree más que nadie, pero se toma en serio una larga formación sacerdotal, busca a Dios en todo, experimentando el Dios mayor en la “fuerza de lo débil”. La orden en pocos años llego a tener más de mil miembros, albergando a todo tipo de jóvenes en sus filas. ¿Hemos perdido la fuerza de lo grande por no atrevernos a tomar panorámicas? O ¿nos hemos contentando con nuestros éxitos mirando el selfie de nuestra tradición? ¿Qué retos ofrecemos hoy a los jóvenes?

Por


P. Fabricio Alaña E. S.J


PARA PENSAR


¿QUÉ PUEDO APRENDER DE IGNACIO DE LOYOLA?

Su capacidad de mirar más allá.


¿Qué ME DEJA ESTE AÑO IGNACIO?

Valorar la capacidad de innovar y reinventarse de Ignacio.


¿QUÉ DEBO OFRECER A LOS JÓVENES?

Retos y desafíos mayores.

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